...y de fondo:
Don't know why - Norah Jones
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Meterse en el metro es sumergirse en un mundo que me atrae mucho, en el sentido más estricto de la expresión. Siento el baile, la sigilosa danza de las hormonas.
Cruzarse con tantos ríos de gente, sentirse a contracorriente y ver que no es así realmente, que vas como todo (o casi todo) el mundo. En cualquier caso, supone un regalo para mis ojos –todavía enganchados... al letargo de los sueños–, un desfile de siluetas esbeltas, cabelleras todavía húmedas y perfumadas, fragancias ligeras y aún desconocidas, rostros de seducción sin maquillaje, miradas encantadoras que se confunden en vidrios rayados y espejos semi rotos, piernas que se cruzan sin motivo dentro los vagones desbordados; pies que nos intentan mantener en un equilibrio ridículo, gestos de coquetería que me alejan de todos a pesar de la mínima distancia que nos une...
Me enamoro apasionadamente y de forma constante por cada cinco pasos que hago en los túneles del metro, imaginándome el recorrido perpendicular de otras vidas, el sonido de otros voces que me resultan dulces, cálidas, tiernas, efímeras e, incluso, fugazmente melancólicas, como las letras desenfocadas del libro que llevo entre las manos.
Por las mañanas sigo siendo un pájaro invisible, ahora desaparezco con el invierno. Y al bajar del tren, dejo atrás esta fragilidad conmovedora y los cuerpos van perdiendo parte de su encanto, subjetivo a mi mirada. Empieza otra jornada, que transcurrirá con lasitud, deseando ansiadamente volver otra vez a los pasillos desbordados del andén.