...y de fondo: Eres - Café Tacuba
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"- Y los santos -continuó Olga- no hacían más que renunciar a la vida. En lugar de hacer el amor, se daban latigazos, en lugar de luchar como nosotros, se iban a las ermitas y, en lugar de encargar la cena por teléfono, mascaban raíces.
- No entiende usted en absoluto a los santos, señorita. Era gente que tenía un enorme apego a las satisfacciones de la vida, sólo que las alcanzaban de otro modo. ¿Cuál es, a su juicio, el mayor placer para el hombre? Puede adivinar, pero no acertará porque no es suficiente sincera. No es un reproche, porque para ser sincero es necesario conocerse a sí mismo y para conocerse a sí mismo hacen falta años. Y ¿cómo podría ser sincera una chica que irradia tanta juventud como usted? No puede ser sincera, porque ni siquiera sabe lo que lleva dentro. Pero, si lo supiese, debería coincidir conmigo en que el mayor placer es el de ser admirado."
Fragmento extraído de La despedida, de Milan Kundera
Me ha gustado... Lo de ser admirado da mucho que pensar sobre el egocentrismo y sobre la vanidad, sobre lo difícil que resulta ejercer nuestro control sobre ellos, transformarlos en algo positivo... Y ya no digo suprimirlos. La cuestión es: ¿Es posible ser santo sin Dios? Y yo añadiría: ¿Y con él? Pero ya me estoy mareando a mí mismo...
En realidad quería enviar un artículo que leí ayer sobre una periodista que entrevistó al obispo Casaldàliga dos veces: una siendo jovencita e inexperta y otra estando más curtida. También trata sobre la experiencia vital (o la sabiduría).
Aquí está (Xavi, si crees que es demasiado largo para estar aquí, quítalo):
En São Félix do Araguaia
UN ZORRO QUE PRESIONA EL MUNDO
MÒNICA TERRIBAS - 24/05/2006
("La Vanguardia")
Sentada frente a su escritorio, no conseguía formular ninguna pregunta que me pareciera interesante. Buscaba continuamente en su cara, miradas de escepticismo o desaprobación. Contaba con poco más de veinte años y pensaba que aquel hombre a quien tenía que hacer explicar su vida se desesperanzaría ante la multitud de referentes que me faltaban para comprenderlo. No le faltaba razón. Pero lo hice, y después de aquel encuentro vinieron otros, en una larga etapa de documentación, previa a aquello que luego sería el programa Un tomb per la vida, de Joaquim M. Puyal, una vuelta por el alma y el pensamiento de los personajes abordados. He revivido a diario, con más o menos intensidad, la impresión de aquellas entrevistas de vaciado: eso de sentirte lejos de saber cuanto tienes que saber para encarar una conversación en la que el otro se sienta compensado o acompañado con unas réplicas ajustadas. Por eso, el día en que años más tarde me encargaron ir a São Félix do Araguaia para entrevistar al obispo Pere Casaldàliga reviví con mayor intensidad esa inseguridad ante una experiencia a contrarreloj basada en el privilegio de pasar unas pocas horas junto a una persona con mucho que decir para trasladarlo luego a miles de personas que podrán escucharlo a través de lo que sepamos hacer nosotros. En el caso del obispo Casaldàliga, dicho privilegio implicaba una doble presión porque no dispondría de una segunda oportunidad: él mantendría su decisión de no volver a Europa, ni para recoger un premio, decisión que le ha valido, quizá, no recibir galardones que viven del eco mediático de las ceremonias.
Otra suerte de este trabajo nuestro, también en el caso de viajar hasta Sao Félix, en Brasil, era poder compartir la experiencia. Me acompañaron los ojos del realizador Paulí Subirà y el trabajo de producción de Cristina Rivas. Miradas diferentes sobre un mismo personaje. La mirada de la luz, de los colores del paisaje, de darle fuerza a las palabras y traducir el pensamiento también en sonidos y silencios. Sabía que ellos llegarían donde yo no pudiera llegar. Aterrizamos en el aeródromo de São Félix un mediodía del mes de julio. Acudió a recogernos Raúl, uno de los colaboradores del obispo, y nos llevó hasta una barcaza que hacía las veces de hotel en una de las entradas del río Araguaia. Las barandillas estaban oxidadas, las puertas de los pequeños camarotes no cerraban, y los mosquitos no dejaban de picar. Éstas fueron las únicas incomodidades que encontramos. Éstas y el reloj.
Conocimos al obispo Casaldàliga al mediodía y a la mañana siguiente ya lo teníamos frente a la cámara, con un ordenador delante para comentar lo que a nosotros nos parecían las grandes noticias de los últimos tiempos: la muerte del papa Juan Pablo II o los atentados contra las Torres Gemelas, los trenes de Madrid o el metro de Londres. Visto desde allá, todo parecía menos determinante y, hasta cierto punto, fuera del cuadro que se supone que es la realidad. Sin embargo, también sabíamos que era el efecto secuestro del aislamiento, del cambio radical del entorno humano y geográfico, de prioridades, la sensación de que durante unas horas ésa es la imagen-verdad y el resto un espejo deformado. Pero tampoco es ésa una percepción ajustada. Por lo tanto, mantuvimos al obispo Casaldàliga pegado a nuestro espejo, valorando las manifestaciones de los obispos españoles contra los matrimonios homosexuales y el humo de las torres en llamas. Esa primera entrevista no fue bien. Tuve la sensación de que la conversación no había fluido, que yo no lo había ayudado, que las interrupciones generadas también por las dificultades técnicas me habían desconcentrado. Cuando salí de su casa, me embargó la sensación de haber perdido una de las tres oportunidades de hacer una buena entrevista. Nos quedaban dos y no podíamos desaprovecharlas. Volvimos a la barcaza y de madrugada, cuando dejó de ensordecernos la música de la finca del hijo de uno de los fazendeiros de la zona, me dormí.
A la mañana siguiente, comentábamos con fascinación ante un café aguado la ternura y la comprensión del obispo ante nuestras tribulaciones de primer mundo mimado, condicionado por los nervios, los focos y los micrófonos, cuando de repente apareció la figura menuda de Pere Casaldàliga en el comedor al aire libre donde desayunábamos. Había captado perfectamente el resultado del trabajo del día anterior y había dedicado la noche a pensar cómo enderezar la situación. Había localizado un lugar junto al río para grabar la segunda entrevista y nos quería acompañar hasta él. Este gesto lo define a la perfección: ponerse en el lugar del otro para corresponderle. Ésa era la persona que teníamos que poder explicar. Ya partir de ese momento todo funcionó, porque su prioridad fue darnos lo que necesitábamos, sin dejar de ser él ni de intentar explicárnoslo. Su inteligencia nos condujo hasta donde él creía en consciencia que debía ir, pero con la sensación de que hacíamos solos el camino. Y eso fue justo lo que ocurrió en Sao Félix. Nuestro trabajo fue fácil: conversar con un hombre que tenía cosas que decir, que sabía cómo decirlas y que lo hacía con mirada sincera y esperanzada, para enviar mensajes más allá de aquel momento.
La conversación con Pere Casaldàliga es una de las que mejor recoge lo que considero que debe de ser una entrevista: huir de pensamientos previos, no buscar respuestas, llegar a ellas con la curiosidad de saber, pero sobre todo escuchar y preguntar desde la ignorancia. Habrá quien piense que semejante planteamiento no encaja en el mundo de las exclusivas, las declaraciones inéditas y la información que cambia cada minuto, pero cuando te planteas conversar con alguien no es para sacarle con sacacorchos el reproche o el exabrupto que no ha hecho nunca, sino para construir un espacio de comunicación que aporte comprensión del entorno más allá de los hechos. Semejante ejercicio fue fácil con Pere Casaldàliga, porque su vida, su pensamiento, su discurso, su lucha, se esté o no de acuerdo con la manera de enfrentarse a ellos, es comprender el entorno para hacerlo más justo, mejor y más libre. No busca otra cosa. Y se trata de una tarea de largo recorrido que no entiende de titulares ni de audiencias. Por lo tanto, esa entrevista no podía fallar, porque teníamos delante un interlocutor generoso, sin estrategias, con quien hablar no es una partida de ajedrez ni puede convertirse nunca en el juego del gato y el ratón. Y además los ojos de hurón de Pere Casaldàliga captan cualquier pequeño subterfugio, cualquier pequeña trampa dialéctica y, en vez de reprocharte el intento de buscarle las cosquillas creyéndote hábil y audaz, acepta tu debilidad y te regala una pequeña porción de lo que esperas, para que no te entristezcas. Pere Casaldàliga es un zorro que lleva al mundo atrapado en la boca y, en lugar de morderlo, lo presiona ligeramente mientras intentar llevarlo a un paisaje mejor.
A los tres días de conocerlo, tuvimos que decirle adiós. Fuimos a su casa sin cámaras, sin filtros, sin cables. Sólo nosotros y los amigos brasileños que nos habían ayudado a captar ese entorno. Quisimos pasar un rato a su lado. Pero el obispo tenía trabajo. Por su casa entra y sale gente todo el tiempo, gente que quiere ser escuchada, que necesita ayuda. El zorro no descansa. Rondamos por la casa, capturando con la vista todos los rincones que quizás no volveríamos a ver. A través de la verja del patio, vimos un niño de tres o cuatro años jugando y una mujer que llevaba en brazos un bebé. Paulí se entretuvo observándolos vivir. Me quedé mirándolo desde la capilla exterior con asientos de troncos donde el obispo reza con los suyos todas las mañanas. Y sentí de nuevo la presión. ¿Y si no había sabido traducirlo bien? ¿Y si no lo había captado? ¿Y si había desaprovechado esos días que no podía recuperar? Volvía a estar mentalmente en casa, agobiada por el pequeño problema de los resultados, a pesar de que la avioneta aún no se había elevado sobre esa Amazonia que arde continuamente.
"La conversación con Pere Casaldàliga es una de las que mejor recoge lo que considero que debe de ser una entrevista: huir de pensamientos previos, no buscar respuestas, llegar a ellas con la curiosidad de saber, pero sobre todo escuchar y preguntar desde la ignorancia."
Creo que eso no sólo resume cómo hay que hacer una buena entrevista... Es más, define una manera de ser, una predisposición y una sencillez que a mí, particularmente, me interesa y mucho.
Es tan fácil creerse algo... En realidad no deberíamos darnos tanta importancia a nosotros mismos. Esa es la lección... Poder crecer compartiendo lo mejor de nuestro camino en un tú a tú con los demás.
No voy a quitar méritos al hecho de provocar admiración, que es sin duda un gran placer... y además es dificil hacerlo con la sutileza de por ejemplo el sr. obispo Casaldàliga. Todo el mundo tiene sus dones y es por esa misma realidad por la que el tema admiración es equiparable a muchos otros placeres iguamente estimulantes que cada cual sabe obtener. Y aunque la experiencia es un grado, la juventud es empuje y todo es digno, cuando menos.
Creo que hay muchas maneras de provocar, despertar, expresar y sentir admiración por algo o alguien.
Las causas, los motivos que sacuden e impulsan al receptor de un mensaje a comunicar, a contactar con la fuente, con el transmisor de un mensaje (puede ser un escritor, un cantante o un simple recolector de textos para su colección particular en un blog) no creo que tengan mucho que ver con el objetivo explícito de despertar esa admiración...
No creo demasiado en la vanidad. Si por alguna razón creo que trás un mensaje hay un afán obviamente egocéntrico, no puedo evitar sentir cierto grado de decepción. Creo que la humildad, la discreción y la solidaridad son más valores más importantes que el hecho de inculcar mensajes desde un pedestal.
Aún así, a todos nos gusta el reconocimiento y la gratitud de los demás. La aceptación de nuestros semejantes es vital para el sustento de nuestra identidad.
Es demasiado fácil creerse en la posesión de la verdad y confundir el éxito que llega a través de un reconocimiento con la condicionalidad que supone el hecho de dar lo que los demás esperan... que generalmente desemboca en actitudes impostadas y falsas... no creen?
Ser admirado conlleva un peso muy grande, un sentimiento de presión que va ligado a las expectativas que se generan.
La vida siempre avanza, así que hay que evolucionar y superarse en todo momento. Una persona que no evoluciona interiormente se estanca y automáticamente se empobrece porque somos de naturaleza débil y nuestros órganos se estropean si no se utilizan adecuadamente.
Aceptar y soportar el reto de la presión es un aliciente más, intrínsecamente unido al camino que nos marcan y que nos marcamos nosotros solos.
Cuando nuestros ídolos se estancan, nosotros mismos, como sociedad, nos encargamos de barerrlos y arrinconarlos en nuestros libros de historia o en el olvido.
De todos modos, siempre salen reemplazos que recogen el testimonio de los demás y que, a partir de un determinado punto, realizan sus aportaciones.
La idea es darle un sentido a la vida (algunos se lo dan pensando en el "más allá"), sea cual sea el camino... solos o acompañados...
Habrá quien opte por quedarse con los brazos cruzados, con observarlo pasivamente...
Uhm... no conozco a nadie que haya podido alcanzar una cuota de satisfacción o bienestar aislándose permanentemente de todas -todas, todas- las personas y sin implicarse mínimamente en algo... habrá que elegir, ser consecuente y asumir los éxitos y los fracasos...
El amor, la amistad, la familia, el trabajo, etc. son facetas de la vida en las que se demuestra que necesitamos admirar y sentirnos admirados.
Tampoco hay que darle más importancia de la que tiene.
Hay un pasaje de Kundera en La Inmortalidad que me sobresaltó en aquellas épocas en que ser un héroe era el camino más digno posible... No tengo aqui el libro, pero la jovencita que admiraba a Goethe y comparte con él su vida, como Kundera dejar ver tan bien, en realidad no admira al escritor, admira su imagen, y nisiquiera la imagen de él, sino la suya propia como admiradora del ideal, como sacrificada por el ideal, a la sombra del genio, dando más luz a la estética del fracaso que la sombra representa
todos tenemos un lado emfermo y otro lado sano,
si damos el lado sano a una persona que nos muestra su lado emfermo obtenemos una relacion paternalista.
Si damos nuestro lado enfermo a alguien que muestra su lado enfermo obtenemos una relación angustiosa.
si damos nuestro lado sano y nuestro lado enfermo reciprocamente podemos conseguir una relación de ayuda y autoconocimiento.
llevo todo el dia pensado en esto,y quería contarlo.
"... Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado la risa, y me ha dado el llanto.
Así yo distingo dicha de quebranto,
Los dos materiales que forman mi canto,
Y el canto de ustedes que es el mismo canto.
Y el canto de todos que es mi propio canto.
Gracias a la vida que me ha dado tanto."
(Violeta Parra)
felicidades señor... tiene mensajes por la red... busquelos...
si llegara a conocerme bien no hubier pasado por los caminos que he pasado... y ahoar estaria mas vivo... pero quizas mas tarde estaria muerto cuando ahora creo que mas tarde estare vivo.
" Dentro de una historia compuesta por aromas y gustos, la geografía es el más accesorio de los ingredientes, la capacidad de orientación el más prescindible de todos los condimentos.
Escribo todo esto en un cuarto del Sagrado Hotel de Todos los Santos en la Tierra. En un lugar llamado Canciones Tristes que no, ni siquiera intentes buscarlo: ha escapado a la mordaza de los mapas y los sextantes para aparecer y desaparecer, aquí y allá, en diferentes playas del planeta dejando tras de sí la insuficiente espuma de las preguntas. ¿Es el mar o el desierto lo que escucho desde mi ventana? ¿O es acaso la inmemorial respiración de un ser superior, de alguien que lo conoce todo porque es quien dicta las instrucciones para que nosotros las sigamos con festiva resignación de corderos? ¿Me encuentro próximo al rumor de pacíficas aguas, de arenas bautismales o se trata, apenas, del clamoroso rugido de las fuentes que alimentan al Nilo de mi locura?
En el Sagrado Hotel de Todos los Santos en la Tierra los cuartos son buenos, la atención tan esmerada como silenciosa y en el tiempo ¿días? ¿meses? ¿años? que llevo aquí, difícilmente me he cruzado con alguien por los pasillos. Atisbo apenas sombras sin nombre, transparencias que nada me cuesta superponer a las de los ángeles. Todavía no he tenido la ocasión de probar la comida y lo importante en el principio, insisto, es aquella figura solitaria, plantada en el paisaje vacío como ese detalle aparentemente nimio pero que, si se lo estudia con un poco de respeto, acaba apuntalando toda la catedral de la perspectiva. "
Sin duda, nuestra vanidad nos puede. Que nos admiren nos encanta porque significa que, de algún modo, hemos alcanzado cierto nivelde ¿excelencia? O quizá porque algo nos hace diferentes... Con lo importante que ese eso en una sociedad uniformada...