"La verdad es que no la culpo: todos tenemos derecho a asustarnos cuando vemos que algo grande se nos viene encima. Tess era uno de esos coches que aparecen de pronto en las calles del centro cubiertos de nieve de alguna montaña lejana y la gente se da cuenta de que querría estar en esa montaña y toda la ciudad empieza a parecer una ciudad distinta y peor y sus relojes van más despacio y sus sábados están más lejos. Sólo que su nieve no se deshacía, aquel coche estaba cada vez más blanco mientras el mundo seguía dando vueltas con sus veranos e inviernos, con sus noches de lluvia y sus tardes de sol. Nuestras habitaciones volaban por los aires y ella escribió un poema que hablaba de las formas en que se fundían las líneas de nuestras manos y yo descubrí que cuando la escalera termina puedes seguir subiendo. Y, de repente, la nieve empezó a deshacerse."
...y de fondo:Two Fingers - Jake Bugg
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"No volveré a ser joven". Leíamos en voz alta las palabras de fuego de aquellos viejos poemas, y ahora caigo en la cuenta y me levanto después de aplastar una colilla con la suela del zapato, mientras te imagino, sonriendo, como una rompecorazones invisible, de camino hacia quién sabe qué lugar, haciendo un gesto con dos dedos antes de esconder tus uñas en otros bolsillos.
"No sabíamos gran cosa el uno acerca del otro hace veinte años. Nos dejamos guiar por nuestra intuición; me hiciste flotar. Nevaba cuando nos casamos en el Ahwahnee. Los años pasaron, llegaron los niños, los buenos tiempos, los tiempos difíciles, pero nunca los malos tiempos. Nuestro amor y respeto han sobrevivido y prosperado. Hemos pasado por muchas cosas juntos, y ahora estamos en el lugar donde comenzamos hace veinte años —más viejos, más sabios—, con arrugas en el rostro y en el corazón. Ahora conocemos muchas de las alegrías, de los sufrimientos, de los secretos y de las maravillas de la vida, y seguimos aquí juntos. Mis pies nunca han vuelto a tocar el suelo."
Fragmento extraído de la biografía de Steve Jobs escrita por Walter Isaacson
"Creo que uno viene a la vida para convertirse en una historia. Creo que lo último que hace la conciencia antes de extinguirse es contarnos la historia de nuestra vida. Me gustaría poder grabarla y proyectarla para que la viese todo aquel que estuviese interesado. Sería una película sin derechos de autor. Todo el mundo podría grabarse una copia y guardarla en el disco duro. Me gusta pensar en el hecho de abandonar este mundo dejando un alma reproducible y freeware. Nunca uso gafas de sol. Nunca he entendido por qué la palabra dios había que escribirla con mayúscula. Nunca es una palabra llena de misterio. Nunca jamás es el mayor de los misterios, una expresión alrededor de la cual uno podría construir un templo."
"Cuando me casé con María Jesús de Elda y nos fuimos a vivir en la parte alta del paseo de Sant Joan escribí una crónica (en El País) que titulé Fantasmas y en la que decía que "para vivir en un barrio que no fue el tuyo, el de tu infancia y tu adolescencia, como es mi caso, para apropiárselo uno se ve forzado a recurrir con cierta frecuencia a los demás, a los fantasmas de los demás". Y eso fue lo que hice. Fantasmas de Juan Marsé, como el de Carmen Broto, la puta roja, que solía tomar el aperitivo en la terraza del bar Alaska. Fantasmas pillados en los inquietantes relatos de Javier Tomeo, mi vecino, y fantasmas de Enrique Vila-Matas al que conocí a finales de los sesenta, cuando era un jovencísimo estudiante de periodismo y empezaba a escribir.
Fue leyendo un librillo de Enrique, La calle Rimbaud, donde descubrí que el niño Enrique Vila-Matas, que recorría a diario su mítica calle Rimbaud, el camino que iba desde su casa, en el 343 de la calle Rosselló, hasta el colegio de los Maristas del paseo de Sant Joan, vivía prácticamente en frente de dónde me fui yo a vivir cuando me casé con María Jesús y dónde seguimos viviendo. Y terminé mi crónica con estas palabras: "A ese niño que fue Enrique tal vez le haga gracia saber que su viejo compañero nocturno vive hoy encima mismo del que fue uno de los espacios más míticos de su infancia: el viejo cine Chile, hoy convertido en parking".
Han pasado los años, aquel chico que estudiaba periodismo se ha convertido en "uno de los referentes literarios más importantes de Europa y está traducido en 29 países" leo en La Orden del Finnegans (Ediciones Alfabia), y el niño Enrique, el de la calle Rimbaud, se ha convertido en mi primo Enrique, y las copas que nos tomábamos para colocarnos a finales de los sesenta en Tuset Street, tras prolongarse hasta lugares tan fascinantes e insospechados como el Peter's Bar, en la isla de Faial (Las Azores), han acabado por desaparecer de la barra (para él, definitivamente; para mí, dentro de poco). Y, lo que son las cosas, hace escasos días que mi primo Enrique y su mujer, Paula de Parma, se han ido a vivir a un agradable pisito en lo alto de la calle Urgell... justo en frente de dónde vivía yo cuando conocí al jovencísimo estudiante de periodismo Enrique Vila-Matas.
La semana pasada Enrique y Paula nos invitaron a visitar su pisito. Tomamos el aperitivo en el Sandor y luego nos fuimos a almorzar a Il Commendatore, una pizzería restaurante que hay cerca de su casa. Yo creía que era un guiño malévolo de Paula (estuvo en la fiesta que dio la Casa de los Italianos con motivo de haberme nombrado commendatore de la República italiana), pero no: me bastó ver la afición con la que Enrique se zampaba una triste pizza, delgada como una hoja de afeitar, para cerciorarme de que Il Commendatore ha pasado ya a formar parte, como la comida para llevar del Corte Inglés, de la nueva vida de Enrique. Confío en que no acabe por bautizar Il Commendatore como Can Sagarra, en homenaje a aquel añorado Can Massana en el que solíamos ir a cenar.
Ya en el piso, me asomé a la ventana y pude comprobar que, efectivamente, yo viví en frente de dónde ahora vive Enrique, sólo que mi piso daba detrás de la calle, justo encima del patio de un colegio de jovencitas que me alegraban las mañanas con su clase de gimnasia. Paula, siempre tan atenta, había comprado una botella de Jameson, me serví una copa, encendí un habano y Enrique, como era de esperar, empezó a hablar de fantasmas. Me dijo saber que en aquella misma escalera había vivido el escritor José Mallorquí, el autor de El Coyote, y que, antes de la guerra, había albergado la editorial Molino, "la que publicaba las aventuras de Guillermo Brown". Conociendo como conozco a Enrique, estoy convencido de que dentro de poco descubrirá, se acordará de que el joven Bresci, el anarquista que asesinó al rey Humberto I, vivió un tiempo en el principal, y que Kiki, el perro de la película Quai des Brumes, era el cachorro de la perra del portero, un tal Sir Walter Smart, que inspiró al Montolive durreliano. Como dice su amigo Perec: "Je n’ai jamais dit que ce dont je me souviens est vrai, mais c’est de ça que je me souviens".
Yo le he recordado que no lejos de allí, de nuestras casas, estaba la redacción de la revista Boccacio, cuyo primer número salió a la calle en junio de 1970, y dónde el joven Enrique ejercía de crítico cinematográfico, recomendando películas "para intelectuales de gauche y de droite”. Y le he recordado que en la esquina de Urgell con Buenos Aires había la agencia literaria de Carmen Balcells, frente a la sucursal del Fondo de Cultura Económica de México, donde yo solía coincidir con Gabo (Gabriel García Márquez, que salía de visitar a Carmen Balcells), y juntos nos íbamos a tomar unos dry martinis a La Tour. También le hablé de la pizzería Mario y de que el edificio que acogía la redacción de Boccacio era el primero diseñado por Ricardo Bofill en Barcelona, dónde vivía Nuria de Arana, una de las chicas más guapas de la Barcelona de mi juventud, con la que iba a tomar unas copas antes de que cerrasen el Sandor. Y le hablé de una tienda de animales donde sonreía un tucán del que me había enamorado, y cuando reuní las 7.000 pesetas que me pedían por el pájaro descubrí que se había muerto: los dueños de la tienda se habían marchado el fin de semana y el pobre animal, delicadísimo, se había quedado sin alimento.
Le ha presentado a Enrique mi barbero de la calle Buenos Aires. Esta semana se marcha a Colombia. Confío en que a su regreso sigamos hablando de fantasmas."
Artículo publicado en La Vanguardia el 27 de junio de 2010
...y de fondo: My Blue Heaven
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"Me encontraba a gusto en mi agujero
con su ventana que daba a una pared de ladrillos.
En el cuarto de al lado había un piano.
Un par de tardes al mes
un anciano inválido venía a tocar
'My Blue Heaven'.
Pero habitualmente era un lugar tranquilo.
Cada habitación tenía su araña con un pesado abrigo
y una mosca atrapada en su red
de cigarrillos, humo y ensueño.
Estaba tan oscuro que no veía ni mi cara
en el espejo a la hora de afeitarme.
A las cinco de la mañana se oía el ruido de unos pies descalzos.
Era la gitana que leía las cartas
en el local de la esquina
que se levantaba a mear tras una noche de amor.
Una vez oí también el sollozo de un niño.
Estaba tan cerca que por un momento
pensé que era yo quien lloraba."
"Los psicólogos llaman 'delirio de relación' al trastorno por el cual una persona porfiada y muy vulnerable cree ver coincidencias en todo lo que le sucede, como si la casualidad obedeciera a una ley desconocida. Pero, ¿qué quiere decir aquí 'delirio'? Es posible que sea precisamente esa coincidencia de los hechos y las imágenes lo que permite tener por primera vez vida propia..."
...y de fondo:La metamorfosis - Pumuky
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"—¿Qué es lo que miras ahí afuera, cariño? —dice Jill—. Dime.
¿Qué puedo decirle? Las personas a quienes miro se abrazan en el porche unos instantes, y después entran juntos en la casa. Dejan la luz encendida. Luego caen en la cuenta y la apagan."
"it's been too well proven
that even i, myself
am not really here"
Bob Dylan
Siempre está el instante en el que las palabras precisas se juntan y piden aterrizar. Subastas de conceptos, escenas vulgares que de repente ahora son fascinantes, han conseguido captar incluso la atención de unos niños. "Éste podrías ser tú" y aquí estoy yo, sin banda sonora, con argumentos aleatorios que se mezclarán hasta volverse explosivos. Sería imposible desvanecerse del todo bajo el resplandor de un millón de vatios, un fogonazo de lucidez. Pero la verdad es que sólo necesitamos salir de nuestros límites y verlo todo desde una distancia prudente, como quien observa a los ladrones saliendo de su casa sin conseguir sus vivencias. Al fin y al cabo se trata de ser consciente de lo grande y de lo efímero que puede ser todo cuando anochece.
"El profesor Moosprugger dijo que fue a esperar a la Estación del Oeste a un colega, al que sólo conocía por correspondencia, pero no personalmente. Dijo que, realmente, esperaba a otra persona distinta de la que realmente llegó a la Estación del Oeste. Cuando le hice observar a Moosprugger que siempre llega una persona distinta de la que esperamos, se puso en pie y se fue, con el único objeto de romper todos los contactos que había hecho en su vida y deshacerse de ellos."
Durante la ruta por Laponia un día improvisamos un picnic al lado de una vieja iglesia de madera en Sodankylä. Teníamos hambre y dispusimos toda la comida sobre una mesa de piedra. Apenas había gente. Dos años después aquello del "contigo pan y cebolla" seguía funcionando perfectamente y no sólo nos adaptábamos a las circunstancias sino que también tratábamos de tomar apuntes de las mismas. No muy lejos había un reducido grupo de cuatro o cinco autóctonos que nos observaban con sutil indiferencia. Al rato se acercó una mujer vestida con ropa sucia y se arrimó sobre mis hombros pidiéndonos algo que, de buenas a primeras, no entendíamos por la barrera del idioma. Yo me tomé un vaso de agua y le ofrecí seis o siete a ella, pues parecía estar sedienta. Sin embargo, su sed no parecía saciarse como la mía y las sonrisas y el estupor iniciales entre los desconocidos dieron paso a un llanto amargo. ¿Por qué estaba llorando sobre mi brazo aquella mujer sami? En aquel instante la situación resultaba tremendamente absurda y -para qué negarlo- bastante incómoda, aunque después cobraría más trascendencia de lo que inicialmente las apariencias indicaban. Aquella señora me inquietaba con su presencia, con sus ojos, su risa, sus lágrimas, su indumentaria... como si todo aquello ya lo hubiera visto en alguna secuencia eterna de Kaurismaki. ¿Qué era lo siguiente que iba a sucedernos? Ella apuró otro vaso de agua y cuando todo nos hacía presagiar que iba a pedir un poco más nos dio las gracias y supuse que habíamos calmado su tristeza de algún modo un tanto torpe y cómico. Así pues, desapareció entre unos árboles bajo el cielo azul de Finlandia, con pasos erráticos, abriendo una senda de interrogantes. Después de comer nos despedimos del grupo que seguía a lo suyo y nos volvimos al coche para continuar nuestro recorrido hacia el final.
"-La gente -señaló entonces Álvaro Abril- cree que para contar la propia vida es preciso empezar por el principio: año y lugar de nacimiento, etcétera. Pero se puede empezar por el final, o por el medio, por donde uno quiera. Yo no estoy seguro de que las cosas sucedan unas detrás de otras. Con frecuencia suceden antes las que en el orden cronológico aparecen después. Si usted quiere o necesita empezar por el fallecimiento de su marido, podemos empezar por ahí y luego ir a donde sea reclamada por la memoria o por el sentimiento. Lo importante es que los sucesos que seleccionemos tengan una carga de significado importante, para que el relato respire. Y se lo digo así desde el convencimiento de que la vida, de ser algo, es eso: un relato, un cuento que siempre merece la pena ser contado."
Fragmento extraído del libro Dos mujeres en Praga, de Juan José Millás
...y de fondo: Kind of Blue: 50th Anniversary Collector's Edition LP - Miles Davis
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"La música era toda mi vida hasta que conocí a Juliette Gréco. Me enseñó lo que significaba querer algo distinto a la música. Probablemente, Juliette fue la primera mujer a la que amé como un ser humano, en un pie de igualdad. Era hermosa. Teníamos que comunicarnos mediante expresiones, con el lenguaje corporal. Ella no hablaba inglés y yo no hablaba francés. Nos hablábamos con los ojos, los dedos. Con este tipo de comunicación uno sabe que el otro no le cuenta mentiras. Tienes que moverte por los sentimientos. Era abril en París. Sí, y estaba enamorado."
"Creo que gasté 30 años de mi vida, los primeros 30 años tratando de convertirme en algo.
Quería ser bueno haciendo cosas, quería ser bueno en tenis, quería ser bueno en la escuela y en las calificaciones... Y todo lo veía desde esa perspectiva: “No estoy bien de la manera que soy, pero si me vuelvo bueno haciendo cosas...”
Me di cuenta que no entendía este juego bien porque el juego era descubrir lo que yo ya era.
En nuestra cultura hemos sido entrenados para resaltar las diferencias individuales. Así que miras a cada persona y lo que vemos es si es más inteligente, más tonto, más viejo, más joven, más rico, más pobre... y hacemos estas distinciones dimensionales y las ponemos en categorías y las tratamos de esa manera. Entonces, vemos a los demás como separados de nosotros mismos y una de las características dramáticas de esta experiencia es estar con otra persona y de pronto ver las formas en las cuales el otro se parece a ti, experimentando el hecho de que lo que es esencia en ti, es esencia también en mí, es uno. Entendiendo que no hay otro. Es todo uno.
Yo no nací siendo Richard Albert, nací siendo un ser humano. Entonces aprendí esta historia de quién soy, si soy bueno o malo, consiguiendo o no... Todo eso se aprende durante el camino."
Algunas de las reflexiones que aparecen en el documental Zeitgeist.
Babylon es un conjunto de ventanas enigmáticas que se abren y se cierran como párpados, que te obligan a pensar en las cuatro estaciones -en todas las noches de este año, compartidas con el mismo patio de vecinos-, a sentir empatía por las luces que suspiran por salir dos segundos en las películas de Wenders.
...y de fondo: Tormenta - McEnroe
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Cerca de Auberry había mañanas en las que incluso las paredes de los hoteles estaban tristes y llenas de manchas. No decías nada. Despertabas y lo primero que venía a tu mente era el recuerdo de un montón de ropa tendida. Para mí, las otras carreteras, las que no transitábamos, eran sinónimo de ausencia, de lluvia y de kilómetros absurdos como tareas pendientes con uno mismo. Obviamente, cuando tú tenías pesadillas a mí me faltaba un brazo, la casa estaba en ruinas y llena de insectos y tú despertabas harta de soñar y sentir como todos alcanzaban una meta. Todos menos tú, que pasabas por la vida corriendo entre pasillos de hospitales con esas piernas tan largas y sin poder entregarnos tu testigo. No sé por qué pero al principio ya te dije que el talento, en mi caso, era algo meramente inútil para uno mismo y que cualquier huida improvisada sin alguno de los dos sería irrepetible.
Lo siguiente, para combatir rutinas, consistía en evitar recuerdos inventados como aquel en el que Bowie confesaba en algún libro que también llevaba muchos días subiendo unas persianas tras las cuales todo lo que veía era amarillo. ¿Y si, después de todo, sólo nos esperaba una locura infinita causada por la propia lucidez? ¿Cómo ibas a soportarlo tú? ¿En qué consistía el truco de Lapido? Creo que nadie podría o que no debería, pero veíamos como la mayoría terminaba aceptando la derrota del desastre compartido en soledad, como quien guarda celosamente en secreto algo demasiado expuesto a la evidencia. Te dije que ni siquiera yo estaría preparado para salir a la calle si no había nadie que llevara los pantalones como tú, así como así, con todos los pretextos agotados. Paseando cerca de Auberry tú temías llegar a un destino donde fuera imposible poder encontrarte a gusto contigo misma. Mi discurso asustaba, lo sé, diciendo que cualquier identidad plural corría el riesgo de diluirse en un montón de recuerdos y de conceptos a los que acercarse sintiendo que el listón se habría vuelto inalcanzable. No hay por qué disimular, yo también he sido un cobarde y entiendo que es normal desear ver tu propia silueta entre los cristales de los rascacielos de una ciudad que nos fascina pero que, al mismo tiempo, amenaza por dejarnos a oscuras durante el resto de la vida. Y, a veces, entro en un bucle en el que sólo se repiten canciones que suenan demasiado deprimentes, un día sí y otro día también, con la conciencia herida.
Esta mañana, lejos de Auberry, donde estuvimos sin saberlo, vuelvo a mirar fotografías y me pregunto si acaso he sido un impostor en tu vida, un atormentado o, simplemente, un tipo con suerte que hubiera sabido encontrar el botón adecuado en su día... Sí, un tipo que contigo tiene suerte o telepatía, al fin y al cabo, que se emborracha con tu belleza y que se empeña absurdamente en sobrevivir al fracaso cotidiano y al riesgo que conlleva intuir o presentir la amenaza de cualquier final o cualquier estado de paso, intercambiando mensajes en clave sobre la superficie de una pizarra escondida tal vez en otra infancia, aún por descubrir.
- No lo he pensado... Cuando era pequeña sólo deseaba una cosa: crecer. Quería que todo sucediera deprisa, pero ahora no sé para qué ha servido todo esto. No sé para qué. Hacerme mayor. El futuro es... es como una gran sala de espera, como una gran estación con bancos y corrientes de aire, y detrás de los cristales un montón de gente que pasa corriendo, sin verme. Tienen prisa. Cogen trenes, o taxis. Tienen un sitio a donde ir, alguien con quien encontrarse. Y yo me quedo sentada, esperando.